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sábado, 7 de abril de 2012

Las Bienaventuranzas

Dedico esta entrada “a quienes nos les queda otra esperanza en la vida que la de un Dios que no les amenace con nuevos castigos, estando como están ya bien zarandeados por la vida”.
Juan Arias (“Jesús, ese gran desconocido”)

Una Bienaventuranza, también llamada macarismo, es un género literario al que se recurre en la Biblia para expresar una «felicitación» a las personas que, por tener una cualidad o una forma de conducta, están ligadas con Dios.

Tiene antecedentes en escritos de otros pueblos, en especial de Egipto. Tenemos más de un centenar de ejemplos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Las más célebres son, quizás, las ocho con que comienza Jesús de Nazaret el sermón de la montaña (Mateo 5:3-11).

  “El cant dels ocells” (“El canto de los pájaros”). Canción popular catalana.


Muchas de las siguientes bienaventuranzas no figuran en los textos evangélicos. Las he recogido del libro “Caná. Caballo de Troya 9” de J.J. Benítez. Son bellísimas y esperanzadoras.

La clave es despertar. Por eso, te invito a que no mires la letra de la Ley sino su espíritu.

Quien tenga oídos que oiga…

«… Cuando encontréis a mis hijos afligidos, habladle con ánimo y decidles:

Bienaventurados los que saben leer el arco iris, porque ellos están en el camino.

Bienaventurados los que son perseguidos por causa de su rectitud, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los que viven la soledad del alma, porque ellos han recorrido la mitad del camino.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los que no temen, porque ellos han hallado a Dios en su mente.

Bienaventurados seréis cuando os maldigan y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, falsamente, porque grande será vuestra recompensa en el reino.

Bienaventurados los que saben, y callan, porque ellos serán ensalzados…, algún día.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia.

Bienaventurados los que eligen nacer en la imperfección, porque ellos serán doblemente recompensados.

Bienaventurados los que sufren el luto, porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los buscadores de la verdad, aunque no la encuentren, porque ellos serán recompensados con la búsqueda.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán el Espíritu.

Bienaventurados los que no buscan felicidad, porque ellos serán hallados por la felicidad.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios mucho antes.

Bienaventurados los que no mienten, porque a ellos no les importa que los engañen.

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra como heredad.

Bienaventurados los que se entregan a la voluntad de Ab-ba, porque habrán encontrado la verdad.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los que se aman a sí mismos, porque habrán empezado a amar a los demás.

Bienaventurados los humildes, y los pobres de espíritu, porque de ellos son los tesoros del reino.

Bienaventurados los que desaprenden, porque ellos renacen».
«Cuando el profeta de Nazaret dice que serán bienaventurados los perseguidos se refería, según las traducciones modernas del griego, la lengua en la que nos llegaron los evangelios, a los “perseguidos”, “los ultrajados”, los “humillados”, los “rechazados” por la sociedad, que eran todos los parias, los don nadie, los que estorbaban en todas partes. Ésos a los que se refiere una cierta sociedad moderna cuando, hablando de los pobres, suele decir aún hoy que la pobreza “huele mal”. Pues eso, Jesús prometía —¿estaba loco?— la felicidad a los que olían mal para la sociedad del bienestar de su tiempo. Del suyo y de todos los tiempos, porque la miseria nunca será perfumada en ningún rincón del mundo».
Juan Arias (“Jesús, ese gran desconocido”)



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